Para los antiguos egipcios, el escarabajo representaba al dios solar Khepri y era símbolo de buena suerte.
Y verdaderamente hace falta muy buena suerte para estar tomando tranquilamente café en un jardín del valle de Benasque y recibir la visita de dos Rosalias Alpinas, insectos considerados en estado “vulnerable y de interés especial” en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas.
La Rosalia Alpina (Coleoptera, Cerambycidae) tiene una vida breve y efímera, tan solo dos a cinco semanas de vida durante el corto verano de la alta montaña que aprovechan para aparearse, poner los huevos en algún tronco muerto o podrido, preferentemente en los hayedos de la cornisa Cantábrica y Pirineos. Eclosionados los huevos, las larvas pasan dos o tres años excavando túneles en la madera; llegado un verano, se transforman en adultos y se dispara el mensaje oculto en su código genético, particular carpe diem memento mori, interpretado como "deprisa, deprisa, apenas quedan tres a cinco semanas de vida".
Tal vez Lewis Carroll se inspirase en una Rosalía para el personaje del Conejo Blanco "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!" y que movió la curiosidad de Alicia para seguirlo al pais de las maravillas.
Muchas coincidencias han sido necesarias para recibir la visita de esta pareja de rosalías en el jardín, tal vez llegados de los hayedos de Villanova al sur de la sierra de Chía, mientras muchos entomólogos pasan días y días pacientemente buscando por los bosques.